viernes, 1 de febrero de 2013

Motivos de seducción



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Motivos de seducción

Naná Rodríguez Romero

No pocas veces me han preguntado cómo se puede escribir minicuento, minificción y poesía a la vez. El gusto por estas dos formas de la literatura se gesta creo yo con las primeros acercamientos a la lectura en general. En mi caso, ocurrió con la lectura de cómics, para la época eran esos hermosos cuadernillos con las historias de personajes como La pequeña Lulú, El pato Donald, Tribilín, Periquita y Toby, y los cuentos de las cartillas de lectura, que recuerdo leía a mi hermano menor cuando regresaba por las tardes de la escuela. Considero que la característica visual de mi poesía y mi narrativa, se originó allí; luego vino la época de las novelas de pistoleros que me apasionaban, y creo así fue como empecé a reconocer la poesía, por la forma de ciertas descripciones bucólicas del paisaje y de los atardeceres .

La anécdota de esta época de la infancia, ahora para mi es muy bella, pues nos reuníamos los niños de la ciudad en el cine del domingo en la mañana, con el brazo doblado por los cuentos e historietas que intercambiábamos en la entrada del teatro; también las tiendas y las zapaterías se convirtieron como en pequeñas bibliotecas de barrio pues allí alquilaban los cómics, las novelas de color sepia de El Santo, El fantasma, el Doctor Mortis, Dick Tracy y Tarzán, y por supuesto, las fotonovelas de Corín Tellado, las grandiosas novelas de pistoleros con Billy de Kid, Bud Cassidy,  Jesse James y una heroína pistolera de quien no recuerdo el nombre, colgadas todas estas maravillas para la imaginación infantil, en cuerdas a modo de vestidos que se secan al sol, alquilados por unos pocos centavos para devolverlos al día siguiente.

Con la educación secundaria, vinieron las lecturas de obras clásicas nacionales y universales y la presentación de esa señora llamada filosofía, que me deslumbró e intimidó; conocer a Nietzcshe, y su Zaratustra, esa maravillosa conjunción entre la poesía y el pensamiento, encapsulados en los aforismos, fueron los motivos de la seducción. Ya adolescente en compañía de mi hermano, leíamos con pasión los fragmentos de este personaje, aunque poco entendíamos, nos fascinaba la música y los pensamientos que en nuestras mentes abiertas se iban fortaleciendo, quizá fue allí donde nació este gusto por la brevedad y la síntesis.
Los primeros trazos de la escritura fueron con la poesía, esa especie de intimismo al comenzar esta relación amorosa con el asombro y las palabras en compañía de los grandes maestros de la literatura . En forma alterna empecé a conocer por intermedio de Guillermo Velásquez los maravillosos minicuentos de Arreola llenos de ironía, humor, fantasía, dejándonos perplejos algunas veces, o con una vaga sonrisa, otros que no entendíamos por las alusiones históricas y literarias, que con el paso del tiempo y la experiencia supe que se trataba de la intertextualidad y la parodia. Así crecí en lecturas y sensibilidad: Borges, Cortázar, Monterroso, Kafka, y un puñado de colombianos, entre ellos Guillermo Bustamante quien publicó mi primer minicuento en su tabloide A la topa tolondra en Tunja, mi ciudad natal.

En sus inicios, el tránsito por la narrativa se me había convertido en un miedo  secreto, un balbuceo que eclosionó con una época de viajes oníricos, viajes al inconsciente reunidos en una gran parte de mi primer libro de minicuentos,  La casa ciega y otras ficciones, reseñado por Raúl Brasca bajo la luz de su mirada poética y gran conocedor del microcuento , en contraste con Lauro Zavala a quien la lectura del  libro en mención espantó y a la vez me espantó él a mi con  su comentario, después elaboré una minificción a partir de esta anécdota que titulé Cinta de Moebiüs, del libro El sabor del tiempo, reseñado luego por nuestro amigo Lauro.

Las circunstancias me han asilado en el territorio de la academia y en el hogar de la creación, después de salir de la universidad con estudios en Psicología Educativa y filosofía, me dediqué a la vida contemplativa: tejer textos y lana de oveja, los amigos me decían si no pensaba en seguir estudiando y les contestaba que me estaba especializando en tejido de punto y poesía, fueron los años más sostenidos en mi oficio literario. En un mundo laboral cada vez más exigente, después de quince años regresé al ámbito académico, a estudiar Literatura y semiótica, de un grupo de 42 personas creo que era una de las pocas que estudiaba porque me gustaba la literatura, mi interés estaba lejos del escalafón y los puntos salariales, vivía de nuevo en la casa de la familia y me pagaba la universidad con el trabajo de mis manos, diseñaba y elaboraba swéteres, mis manos eran suaves por la lanolina de las ovejas, mis amigas de entonces.

Un día me encontré con el director del posgrado y me miró con recelo al ver que llevaba un pequeño telar a clase, le dije que cómo le parecía mi marco conceptual, y me contestó que las arañas se habían venido a tejer a la universidad –ese día iba a explicar el concepto de texto a partir de la analogía con un telar-.
Confieso que conocí teorías literarias, modelos analíticos, escritores extraordinarios y ladrillos del estructuralismo que matan la poesía, para mí era muy duro estar en medio de esa contradicción, pero me emocionaba tanto cuando descubría que en mis minicuentos y cuentos estaba también la diégesis y la historia, los distintos narradores, la focalización, la epifanía, la intertextualidad, etc; siempre estuvieron ahí, pero no sabía sus nombres, me acercaba a conocer la ciencia del texto literario. Luego vino el trabajo de grado y sin dudarlo, empecé mis indagaciones acerca del minicuento, sin muchos recursos pues para el año 95 no teníamos la internet en Colombia, en las bibliotecas y librerías era muy escaso el tema, casi inexistente, pero me apasioné tanto, que pasaba días enteros en las viejas bibliotecas de Tunja internándome en la historia, dentro de esos tomos grandes y pesados, casi como en una especie de arqueología, en búsqueda  del origen y desarrollo del relato breve, quería saber dónde y cuándo había surgido, cómo había sido su transhumancia por los pueblos de oriente y occidente, de la modernidad a la postmodernidad, en compañía de la primera  Antología del minicuento en Colombia de Kremer y Bustamante que me ayudó a ilustrar algunos aspectos del género. 

El trabajo fue contra el tiempo, pues si no lo presentaba en el último semestre, tendría que pagar otro más y no podía ni quería darme ese lujo, así que la nuca y los ojos pasaron cuenta de cobro. Con algunas sugerencias del profesor Fabio Jurado, también amigo del minicuento, me gradué y mientras elaboraba el informe final, tuve la certeza de que ese trabajo lo iba a publicar. Llevé el manuscrito a una editorial en Bogotá, y no les interesó porque eso del minicuento casi nadie lo conocía, entonces con un préstamo del Fondo Mixto de Cultura, salió la primera edición en 1996 y lo más sorprendente, pagué el préstamo con la venta de mi primer hijo bautizado: : Elementos para una teoría del minicuento, bajo el sello editorial Colibrí Ediciones, mi propia editorial, un brazo de la corporación Literaria con el mismo nombre que lideraba mi amigo Arturo Neira.

Meses después de la publicación me llamó el director de la especialización en Literatura y Semiótica Benigno Avila para darme la dirección de Lauro Zavala, pues se conocieron  en un Congreso realizado por el Instituto Caro y Cuervo en Bogotá, él le había hablado de mi libro encontrado en la librería Lerner; grande fue mi asombro pues a Lauro lo conocía a través de sus libros Teorías del cuento I y II reseñados en mi trabajo, fotocopia que me había facilitado Fabio Jurado, le escribí y tremenda sorpresa cuando me contesta felicitándome por el libro e invitándome a ser miembro de la Asociación Internacional de estudiosos de la minificción.

Después, por intermedio de Lauro y de internet, conocí a esa persona maravillosa llamada Raúl Brasca; así empezó el intercambio de libros: conocí a Violeta Rojo con su libro Breve manual para reconocer minicuentos que me envió Lauro en su gran generosidad desde México, de esta manera se enriqueció mi conocimiento sobre el minicuento a través de ese “desgenerado” de Violeta. Luego vinieron los autores mexicanos a través de las  antologías y estudios  sobre la minificción de Lauro: Guillermo Samperio, José de la Colina, Avilés Favila, Mónica Lavín, Adolfo Castañón, entre otros; después, Argentina con Raúl y su notable trabajo en Maniático Textual, sus excelentes libros de microcuentos, las diversas antologías Desde La gente , - así supe que el género tenía varias denominaciones -  uno de los libros que recibí en el intercambio con Raúl fue Casa de Gueishas de la gran Ana María Shua, a quien ya conocía y comenté en Los elementos con un texto de La sueñera, y El jardín de las delicias de Marco Denevi. Años después me encontré con Raúl en Buenos Aires, quien tuvo el gesto amabilísimo de invitarnos a almorzar y luego mostrarnos en su auto, Palermo, La costa Nera y el centro de la ciudad,  fueron gratos momentos en su compañía y la de mi hermano en esa ciudad tan bella.

En ese lapso de tiempo tuve otros hijos bautizados: Permanencias, Hojas en mutación, Lucha con el ángel, La casa ciega y otras ficciones, publicado después de dos o tres años de espera  en la misma editorial que me había negado la publicación del primer libro, Editorial Magisterio, la dedicatoria del editor al primer ejemplar dice: Cuando volví, al fin el libro estaba allí!. Después, al participar en una convocatoria del Ministerio de Cultura de mi país, gané una beca de residencias artísticas en el exterior en el año 2002, se trataba de vivir en Venezuela durante dos meses y medio para escribir un libro de minificciones, desarrollar un programa de lecturas, y recitales en varias ciudades. Allí conocí en persona a Violeta Rojo quien también con su gran amabilidad me enseñó Caracas y la comida tradicional de Venezuela,  y por cosas del azar, a Lauro Zavala; ese día desayunamos, conversamos y el resto del día estuve mostrando la ciudad a Lauro y a su esposa, fuimos a cine, a la Casa de Bello, al museo San Carlos, entre otros lugares. De esa experiencia en Venezuela, surgió el libro de minificciones Efecto mariposa .

También allí, me regalaron libros de grandes escritores del minicuento y la minificción de ese país como Alfonso Armas, Eduardo Liendo, Antonio Ramos Sucre, Gabriel Jiménez Emán, Antonio Jose Sequera, Luis Britto García, Rigoberto Rodríguez, quien además tenía una página en internet  denominada Texto sentido, conducía un programa radial y me invitó para conversar sobre el minicuento.

En los años sabáticos forzados, adelanté una investigación sobre el minicuento en Colombia, a partir de un rastreo de libros de minificción y minicuento publicados en el centro del país, pues se sabe que se escribe y publica mucho en provincia pero muchas veces estas ediciones no se conocen en la capital, además indagué por los concursos que día a día crecen, por los autores consagrados en la novela que han coqueteado con el minicuento como García Márquez, Alvaro Mutis, Mejía Vallejo, y los consagrados en el género como Triunfo Arciniegas, Elias Flórez Brum, Jairo Aníbal Niño, Harold Kremer, Humberto Jarrín, Umberto Senegal, entre muchos otros. Además de las antologías preparadas por Bustamante y Henry González con la colección La Avellana, los bellos Cuadernos negros editados por Viviana Bernal desde Calarcá y su antología de escritoras colombianas de minificción.

Luego vinieron los últimos hijos de la poesía: El bosque de los espejos, El oro de Dionisios, La piel de los teclados y una segunda edición de los Elementos publicada por la universidad donde trabajo, la UPTC.  Heme aquí re-visitando estos lugares, personas, textos, afectos y desafectos, mi travesía por estas rutas de la escritura y de la lectura, de la poesía, de la minificción y del minicuento, esta lucha con las palabras porque algunas  veces no alcanzan para expresar el misterio o el asombro, o también cuando se vienen en cascada y la escobilla se queda olvidada por ahí en un rincón…

Este caleidoscopio ha venido fortaleciéndose y ganando en imágenes gracias a ese invento genial de la internet, por este medio conocí el trabajo admirable que desarrolla Ficticia con Marcial Fernández y Alfonso Pedraza en México, a José Manuel Ortíz, a Rogelio Guedea, a El cuento en red, a Rony Vásquez, con Plesiosaurio en Perú, a La internacional  microcuentista con Martin Gardella y Esteban Dublín, a Ojo travieso con Lilian Elphick, y el grupo selecto de escritores chilenos como Pía Barros y Diego Valenzuela; a Quimicamente impuro y Breves no tan breves de Sergio Gaut Vel Hartman, a Juan Romagnoli, Luiza Valenzuela de Argentina, y los grandes escritores españoles Julia Otxoa y Jose Manuel Merino; Ficción mínima y ese mar de blogs y páginas dedicadas al minicuento, minificción, microrrelato, microcuento, a todos esos  amigos del facebook amantes de la brevedad. 

Por otra parte, gracias a personas estudiosas de la minificción como David Lagmanovich, Lolita Koch, Lauro Zavala, Juan Armando Apple, Laura Pollastri, Paqui Noguerol, Sandra Bianchi, Javier Perucho, entre muchas otras, este jardín cada día se robustece con nuevas propuestas, nuevos nombres, nuevos asombros y también mucha vanalidad como ha expresado nuestro amigo y escritor argentino Orlando Romano.
Para volver a la pregunta inicial de por qué el minicuento y la poesía, comparto el siguiente texto que nació como poema y meses después en los vaivenes de la revisión, le di un cierre de minificción:

Imperativa
Le dije:
¡Intúyeme!
Me has desarmado con sólo una mirada
Condúceme hacia la hondura de tus besos
Arrástrame hasta la espesura de tus cabellos
El aroma de tus axilas, la redondez de tus pupilas
¡Traspásame!
Navégame con la tibieza de tus pies
La suave curva de tus uñas.
Erige con tus manos un altar en mi espalda
¡Pruébame!
Hunde tus dientes en la carnosidad sublime de las frutas
Recorre mis laberintos, descúbreme
Sé domador de mis abismos
Reina en la más profunda cavidad
Arráncame el grito de la sangre
Derrámame el vino de la especie:
¡Floréceme!
Nunca supe si lo intimidaron las palabras y su significado. La voz pasiva o la acción de los verbos. El caso es que salió huyendo con la disculpa de ir a comprar cigarros.

Tunja, marzo de 2012