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Motivos
de seducción
Naná Rodríguez Romero
No pocas veces me han preguntado cómo se puede
escribir minicuento, minificción y poesía a la vez. El gusto por estas dos
formas de la literatura se gesta creo yo con las primeros acercamientos a la
lectura en general. En mi caso, ocurrió con la lectura de cómics, para la época
eran esos hermosos cuadernillos con las historias de personajes como La pequeña Lulú, El pato Donald, Tribilín,
Periquita y Toby, y los cuentos de las cartillas de lectura, que recuerdo
leía a mi hermano menor cuando regresaba por las tardes de la escuela.
Considero que la característica visual de mi poesía y mi narrativa, se originó
allí; luego vino la época de las novelas de pistoleros que me apasionaban, y
creo así fue como empecé a reconocer la poesía, por la forma de ciertas
descripciones bucólicas del paisaje y de los atardeceres .
La anécdota de esta época de la infancia, ahora para
mi es muy bella, pues nos reuníamos los niños de la ciudad en el cine del
domingo en la mañana, con el brazo doblado por los cuentos e historietas que
intercambiábamos en la entrada del teatro; también las tiendas y las zapaterías
se convirtieron como en pequeñas bibliotecas de barrio pues allí alquilaban los
cómics, las novelas de color sepia de El Santo, El fantasma, el Doctor Mortis, Dick
Tracy y Tarzán, y por supuesto, las fotonovelas de Corín Tellado, las grandiosas
novelas de pistoleros con Billy de Kid, Bud Cassidy, Jesse James y una heroína pistolera de quien
no recuerdo el nombre, colgadas todas estas maravillas para la imaginación
infantil, en cuerdas a modo de vestidos que se secan al sol, alquilados por
unos pocos centavos para devolverlos al día siguiente.
Con la educación secundaria, vinieron las lecturas
de obras clásicas nacionales y universales y la presentación de esa señora
llamada filosofía, que me deslumbró e intimidó; conocer a Nietzcshe, y su
Zaratustra, esa maravillosa conjunción entre la poesía y el pensamiento,
encapsulados en los aforismos, fueron los motivos de la seducción. Ya
adolescente en compañía de mi hermano, leíamos con pasión los fragmentos de
este personaje, aunque poco entendíamos, nos fascinaba la música y los
pensamientos que en nuestras mentes abiertas se iban fortaleciendo, quizá fue
allí donde nació este gusto por la brevedad y la síntesis.
Los primeros trazos de la escritura fueron con la
poesía, esa especie de intimismo al comenzar esta relación amorosa con el
asombro y las palabras en compañía de los grandes maestros de la literatura . En
forma alterna empecé a conocer por intermedio de Guillermo Velásquez los
maravillosos minicuentos de Arreola llenos de ironía, humor, fantasía,
dejándonos perplejos algunas veces, o con una vaga sonrisa, otros que no
entendíamos por las alusiones históricas y literarias, que con el paso del
tiempo y la experiencia supe que se trataba de la intertextualidad y la
parodia. Así crecí en lecturas y sensibilidad: Borges, Cortázar, Monterroso,
Kafka, y un puñado de colombianos, entre ellos Guillermo Bustamante quien
publicó mi primer minicuento en su tabloide A
la topa tolondra en Tunja, mi ciudad natal.
En sus inicios, el tránsito por la narrativa se me había
convertido en un miedo secreto, un
balbuceo que eclosionó con una época de viajes oníricos, viajes al inconsciente
reunidos en una gran parte de mi primer libro de minicuentos, La casa
ciega y otras ficciones, reseñado por
Raúl Brasca bajo la luz de su mirada poética y gran conocedor del microcuento ,
en contraste con Lauro Zavala a quien la lectura del libro en mención espantó y a la vez me espantó
él a mi con su comentario, después
elaboré una minificción a partir de esta anécdota que titulé Cinta de Moebiüs, del libro El sabor del tiempo, reseñado luego por
nuestro amigo Lauro.
Las circunstancias me han asilado en el territorio
de la academia y en el hogar de la creación, después de salir de la universidad
con estudios en Psicología Educativa y filosofía, me dediqué a la vida
contemplativa: tejer textos y lana de oveja, los amigos me decían si no pensaba
en seguir estudiando y les contestaba que me estaba especializando en tejido de
punto y poesía, fueron los años más sostenidos en mi oficio literario. En un
mundo laboral cada vez más exigente, después de quince años regresé al ámbito académico,
a estudiar Literatura y semiótica, de un grupo de 42 personas creo que era una
de las pocas que estudiaba porque me gustaba la literatura, mi interés estaba
lejos del escalafón y los puntos salariales, vivía de nuevo en la casa de la
familia y me pagaba la universidad con el trabajo de mis manos, diseñaba y
elaboraba swéteres, mis manos eran suaves por la lanolina de las ovejas, mis
amigas de entonces.
Un día me encontré con el director del posgrado y me
miró con recelo al ver que llevaba un pequeño telar a clase, le dije que cómo
le parecía mi marco conceptual, y me contestó que las arañas se habían venido a
tejer a la universidad –ese día iba a explicar el concepto de texto a partir de
la analogía con un telar-.
Confieso que conocí teorías literarias, modelos
analíticos, escritores extraordinarios y ladrillos del estructuralismo que
matan la poesía, para mí era muy duro estar en medio de esa contradicción, pero
me emocionaba tanto cuando descubría que en mis minicuentos y cuentos estaba también
la diégesis y la historia, los distintos narradores, la focalización, la
epifanía, la intertextualidad, etc; siempre estuvieron ahí, pero no sabía sus
nombres, me acercaba a conocer la ciencia del texto literario. Luego vino el
trabajo de grado y sin dudarlo, empecé mis indagaciones acerca del minicuento,
sin muchos recursos pues para el año 95 no teníamos la internet en Colombia, en
las bibliotecas y librerías era muy escaso el tema, casi inexistente, pero me
apasioné tanto, que pasaba días enteros en las viejas bibliotecas de Tunja
internándome en la historia, dentro de esos tomos grandes y pesados, casi como
en una especie de arqueología, en búsqueda
del origen y desarrollo del relato breve, quería saber dónde y cuándo
había surgido, cómo había sido su transhumancia por los pueblos de oriente y
occidente, de la modernidad a la postmodernidad, en compañía de la primera Antología
del minicuento en Colombia de Kremer y Bustamante que me ayudó a ilustrar
algunos aspectos del género.
El trabajo fue contra el tiempo, pues si no lo
presentaba en el último semestre, tendría que pagar otro más y no podía ni
quería darme ese lujo, así que la nuca y los ojos pasaron cuenta de cobro. Con
algunas sugerencias del profesor Fabio Jurado, también amigo del minicuento, me
gradué y mientras elaboraba el informe final, tuve la certeza de que ese
trabajo lo iba a publicar. Llevé el
manuscrito a una editorial en Bogotá, y no les interesó porque eso del
minicuento casi nadie lo conocía, entonces con un préstamo del Fondo Mixto de
Cultura, salió la primera edición en 1996 y lo más sorprendente, pagué el
préstamo con la venta de mi primer hijo bautizado: : Elementos para una teoría del minicuento, bajo el sello editorial Colibrí Ediciones, mi propia editorial,
un brazo de la corporación Literaria con el mismo nombre que lideraba mi amigo
Arturo Neira.
Meses después de la publicación me llamó el director
de la especialización en Literatura y Semiótica Benigno Avila para darme la
dirección de Lauro Zavala, pues se conocieron en un Congreso realizado por el Instituto Caro
y Cuervo en Bogotá, él le había hablado de mi libro encontrado en la librería
Lerner; grande fue mi asombro pues a Lauro lo conocía a través de sus libros
Teorías del cuento I y II reseñados en mi trabajo, fotocopia que me había
facilitado Fabio Jurado, le escribí y tremenda sorpresa cuando me contesta
felicitándome por el libro e invitándome a ser miembro de la Asociación Internacional
de estudiosos de la minificción.
Después, por intermedio de Lauro y de internet,
conocí a esa persona maravillosa llamada Raúl Brasca; así empezó el intercambio
de libros: conocí a Violeta Rojo con su libro Breve manual para reconocer
minicuentos que me envió Lauro en su gran generosidad desde México, de esta
manera se enriqueció mi conocimiento sobre el minicuento a través de ese “desgenerado”
de Violeta. Luego vinieron los autores mexicanos a través de las antologías y estudios sobre la minificción de Lauro: Guillermo
Samperio, José de la Colina, Avilés Favila, Mónica Lavín, Adolfo Castañón,
entre otros; después, Argentina con Raúl y su notable trabajo en Maniático Textual, sus excelentes libros
de microcuentos, las diversas antologías Desde
La gente , - así supe que el género tenía varias denominaciones - uno de los libros que recibí en el
intercambio con Raúl fue Casa de Gueishas
de la gran Ana María Shua, a quien ya conocía y comenté en Los elementos con un texto de La
sueñera, y El jardín de las delicias
de Marco Denevi. Años después me encontré con Raúl en Buenos Aires, quien tuvo
el gesto amabilísimo de invitarnos a almorzar y luego mostrarnos en su auto,
Palermo, La costa Nera y el centro de la ciudad, fueron gratos momentos en su compañía y la de
mi hermano en esa ciudad tan bella.
En ese lapso de tiempo tuve otros hijos bautizados: Permanencias, Hojas en mutación, Lucha con
el ángel, La casa ciega y otras ficciones, publicado después de dos o tres
años de espera en la misma editorial que
me había negado la publicación del primer libro, Editorial Magisterio, la
dedicatoria del editor al primer ejemplar dice: Cuando volví, al fin el libro estaba allí!. Después, al participar en una convocatoria del
Ministerio de Cultura de mi país, gané una beca de residencias artísticas en el
exterior en el año 2002, se trataba de vivir en Venezuela durante dos meses y
medio para escribir un libro de minificciones, desarrollar un programa de
lecturas, y recitales en varias ciudades. Allí conocí en persona a Violeta Rojo
quien también con su gran amabilidad me enseñó Caracas y la comida tradicional
de Venezuela, y por cosas del azar, a
Lauro Zavala; ese día desayunamos, conversamos y el resto del día estuve
mostrando la ciudad a Lauro y a su esposa, fuimos a cine, a la Casa de Bello,
al museo San Carlos, entre otros lugares. De esa experiencia en Venezuela,
surgió el libro de minificciones Efecto
mariposa .
También allí, me regalaron libros de grandes
escritores del minicuento y la minificción de ese país como Alfonso Armas,
Eduardo Liendo, Antonio Ramos Sucre, Gabriel Jiménez Emán, Antonio Jose
Sequera, Luis Britto García, Rigoberto Rodríguez, quien además tenía una página
en internet denominada Texto sentido, conducía un programa
radial y me invitó para conversar sobre el minicuento.
En los años sabáticos forzados, adelanté una
investigación sobre el minicuento en Colombia, a partir de un rastreo de libros
de minificción y minicuento publicados en el centro del país, pues se sabe que
se escribe y publica mucho en provincia pero muchas veces estas ediciones no se
conocen en la capital, además indagué por los concursos que día a día crecen,
por los autores consagrados en la novela que han coqueteado con el minicuento
como García Márquez, Alvaro Mutis, Mejía Vallejo, y los consagrados en el
género como Triunfo Arciniegas, Elias Flórez Brum, Jairo Aníbal Niño, Harold
Kremer, Humberto Jarrín, Umberto Senegal, entre muchos otros. Además de las
antologías preparadas por Bustamante y Henry González con la colección La Avellana, los bellos Cuadernos negros editados por Viviana
Bernal desde Calarcá y su antología de escritoras colombianas de minificción.
Luego vinieron los últimos hijos de la poesía: El bosque de los espejos, El oro de Dionisios, La piel de los teclados y una segunda
edición de los Elementos publicada
por la universidad donde trabajo, la
UPTC. Heme aquí re-visitando estos
lugares, personas, textos, afectos y desafectos, mi travesía por estas rutas de
la escritura y de la lectura, de la poesía, de la minificción y del minicuento,
esta lucha con las palabras porque algunas
veces no alcanzan para expresar el misterio o el asombro, o también
cuando se vienen en cascada y la escobilla se queda olvidada por ahí en un
rincón…
Este caleidoscopio ha venido fortaleciéndose y
ganando en imágenes gracias a ese invento genial de la internet, por este medio
conocí el trabajo admirable que desarrolla Ficticia
con Marcial Fernández y Alfonso Pedraza en México, a José Manuel Ortíz, a Rogelio
Guedea, a El cuento en red, a Rony
Vásquez, con Plesiosaurio en Perú, a La internacional microcuentista con Martin Gardella y
Esteban Dublín, a Ojo travieso con
Lilian Elphick, y el grupo selecto de escritores chilenos como Pía Barros y Diego
Valenzuela; a Quimicamente impuro y Breves no tan breves de Sergio Gaut Vel
Hartman, a Juan Romagnoli, Luiza Valenzuela de Argentina, y los grandes
escritores españoles Julia Otxoa y Jose Manuel Merino; Ficción mínima y ese mar de blogs y páginas dedicadas al
minicuento, minificción, microrrelato, microcuento, a todos esos amigos del facebook amantes de la brevedad.
Por otra parte, gracias a personas estudiosas de la
minificción como David Lagmanovich, Lolita Koch, Lauro Zavala, Juan Armando
Apple, Laura Pollastri, Paqui Noguerol, Sandra Bianchi, Javier Perucho, entre
muchas otras, este jardín cada día se robustece con nuevas propuestas, nuevos
nombres, nuevos asombros y también mucha vanalidad como ha expresado nuestro
amigo y escritor argentino Orlando Romano.
Para volver a la pregunta inicial de por qué el minicuento
y la poesía, comparto el siguiente texto que nació como poema y meses después
en los vaivenes de la revisión, le di un cierre de minificción:
Imperativa
Le dije:
¡Intúyeme!
Me has desarmado con
sólo una mirada
Condúceme hacia la
hondura de tus besos
Arrástrame hasta la
espesura de tus cabellos
El aroma de tus
axilas, la redondez de tus pupilas
¡Traspásame!
Navégame con la
tibieza de tus pies
La suave curva de
tus uñas.
Erige con tus manos
un altar en mi espalda
¡Pruébame!
Hunde tus dientes en
la carnosidad sublime de las frutas
Recorre mis
laberintos, descúbreme
Sé domador de mis
abismos
Reina en la más
profunda cavidad
Arráncame el grito
de la sangre
Derrámame el vino de
la especie:
¡Floréceme!
Nunca supe si lo
intimidaron las palabras y su significado. La voz pasiva o la acción de los
verbos. El caso es que salió huyendo con la disculpa de ir a comprar cigarros.
Tunja, marzo de 2012