miércoles, 26 de febrero de 2014

Juanantonio, la tragedia de un David



Juanantonio, la tragedia de un David

Juanantonio se titula la nueva novela de la escritora y académica colombiana, Naná Rodríguez.
Es una novela que me gustaría calificar como una micronovela, en la que la gracia no está solamente en la brevedad de sus capítulos sino también en ir cumpliendo, en cada capítulo, con los imperativos del microrrelato.
Es la historia de un héroe como muchos, que deben enfrentar el prejuicio, el abuso, la segregación, el maltrato y el bullying desde la infancia. La violencia. El dolor, en definitiva. Porque son muchos los héroes diferentes, aunque en nuestra cultura occidental judeocristiana nos gusta decir que consideramos a todas las personas iguales en derechos. Sabemos que eso es parte del discurso “políticamente correcto”, con el que se queda bien con Dios y con el Diablo. La realidad es otra cosa. Enfrentamos los ataques xenofóbicos, homofóbicos y misóginos. Nadie que no sea copia al carbón de los wasp, tiene una cabida real en nuestros espacios sociales. Y también está lo otro: el secreto conocido que no se devela. La familia siempre sabe, las madres siempre saben. Pero hablar el secreto, constituirlo en lenguaje, lo torna realidad que duele.
De todo eso y de la lucha interna de Juanantonio para ser quien es y vivir acorde a eso, trata esta micronovela.
La autora, con una delicadeza de artífice o quizás de pintora impresionista, escribe en capítulos compactos, con un lenguaje cuidado, poético, con un tono intimista, la historia de este personaje/persona. La atmósfera pasa de los tonos claros a los oscuros, de la luz a la semipenumbra dejando al lector en el escenario sepia de una ciudad de Colombia que parece haberse detenido en el tiempo. Detenida en una oscuridad que rasga la luminiscencia, con esos “corpúsculos que giran a través de los rayos” y que abren una hendidura en la realidad y en la memoria. Esta permanencia es en un espacio arcaico, de ciudad llovida, melancólica, con casas antiguas y familias tradicionales, una iglesia poderosa y terriblemente conservadora, una rigidez social que se contrapone con lo que ocurre en la calle, en la vida. De alguna manera, me lleva a recordar la atmósfera de La Virgen de los Sicarios, de Fernando Vallejo, en la que la ciudad parece partida en pedazos que no se relacionan entre sí más que a partir del sentido identitario y de pertenencia de los personajes. Hay una realidad cruel, desgarrada…y sin embargo bella, como si de rayos de sol traspasando nubes se tratara. Hermosamente trágica y verdadera.
El personaje, este Juanantonio que tempranamente descubrió el valor del conocimiento como herramienta de poder y de placer, es otra factura del David de Miguel Angel. Juanantonio hace un camino esperado. Es el niño marica, el niño loca, loketa, ese que apodan “la China”. Al que “se le quiebra la patita”. Lo que ve el lector, sin embargo, es un niño aterrado que se esconde del látigo cruel de la religión, la hipocresía de la iglesia y los mandatos familiares, el abandono y la pobreza y además, lucha con lo que estalla en su interior.
En uno de los capítulos notables de esta micronovela, (que tiene la fuerza pétrea del David), se produce el encuentro entre Juanantonio y su referente en mármol. Se produce allí un intercambio de miradas, de pieles que, sin tocarse, se encuentran, se identifican, se reconocen. La escritora, con palabras precisas, cincela el David que vive en Juanantonio. Rescata al sensual coloso de la malla a veces incomprensible del lenguaje, lo hace brotar, lo planta ante los ojos del lector con su fuerza y su fineza, enérgico, vigoroso, irresistible. Y abandonado en la magnitud de su ternura de niño.
El tema de la homosexualidad, del descubrimiento, de la emoción que va desde el miedo a la euforia, es tratado acá desde una respetuosa convicción acerca de la importancia de la identidad y el derecho a ejercerla, cuestión tan poco reivindicada en nuestros países, en los que aún se está enfrascado en discusiones añejas que apenas podrían servir datos históricos.
Hay una referencia constante a los pájaros. Los pájaros vuelan, los pájaros se desplazan, los pájaros bulliciosos y los perversos…los pájaros van y vienen. No hay pájaros en jaulas sino solamente en libertad y son una imagen contrapuesta con el sofoco emocional que sufre Juanantonio, el pajarito del ala rota.
Una micronovela que vale la pena leer y sentir. Un tema, que, a mi entender, las escritoras podemos abordar tan finamente como lo hace Naná Rodríguez. Quizás desde la identificación con ciertas emociones tachadas como femeninas. Quizás también desde el maltrato y la victimización con que el marco heteronormativo estructura y trata a nuestro género.
En la lectura de Juanantonio veremos emerger al David frente a nuestros ojos educados para ver sólo en blanco y negro, perdiendo a veces la posibilidad de ver en múltiples colores, incluyendo el sepia y aquella luminosidad valiente de la verdad.

Gabriela Aguilera, escritora chilena

Febrero 2014