sábado, 14 de marzo de 2009

Goyesca


GOYESCA

Quiero contarles esto que le sucedió a mi papá hace algunos años en el museo de arte de Nueva York. Así me lo relató:
Por esa época estaban exhibiendo una exposición de grandes pintores, entre ellos, Goya, uno de mis favoritos.
Al acercarme a Los Caprichos, uno de ellos ejercía sobre mí una atracción que me arrastraba como un imán. Se trataba del número 43 de la serie.
El gato que aparece allí a los pies del hombre dormido, me miraba con horror. Las criaturas de la noche aleteaban a mi alrededor, se habían salido del cuadro, yo trataba de leer los signos que estaban en el frente de la mesa, cuando lo vi claro: “El sueño de la razón produce monstruos”.
Una nube de animales ciegos y alados me golpeaban la cabeza, con los brazos y las manos trataba de protegerme pero sus graznidos y picotazos me tenían arrinconado, lo más extraño era que las personas allí presentes continuaban observando las pinturas con rostro de exaltación o asombro, otros inmutables o parsimoniosos, pero ninguno se mostraba atemorizado, parecía que no veían lo que me ocurría. En un momento cesaron los graznidos y aletazos, me descubrí la cabeza y miré alrededor: los pajarracos se habían transformado, ahora su cabeza era humana con afilados picos, cabelleras grises y ojos enrojecidos, sus rostros me eran familiares, tenía la impresión de haberlos visto con anterioridad, me observaban con las alas cerradas, tenían cola de escorpión que movían con amenaza.
El único que no había salido del cuadro era el gato de ojos amarillos y el hombre que continuaba sumido en su sueño. El felino bostezó y me dijo: Baltasar, espíritu desgraciado, no podrás librarte de nosotros, somos tus inquilinos, vivimos dentro de ti, pero sólo cuando duermes nos desatamos, tomamos las imágenes que nos venga en gana, somos tus monstruos, ya ves, ahora mismo soy una flor de pantano, ¿percibes mi olor?
Yo miraba aterrado, pues mi amor por los gatos es muy grande, pero éste no era como los que tengo en mi casa, ¿será que atravesé el umbral de otros mundos? Me pregunté .
Pero no, si continúo aquí en el museo, puedo ver al fondo un Rembrandt y a esa mujer del vestido azul con la copa en la mano y los flash de los periodistas.
¿Qué umbral? Dijo el gato que había recuperado su primera forma. Hay muchos umbrales Baltasar... En ese momento las aves alzaron vuelo por toda la galería, lanzando carcajadas, se aproximaban a mí veloces y cada una venía y me picoteaba, la primera se apoderó de mi nariz, otra vino a escarbar sobre mis cabellos, otra me abrió las entrañas y se llevó mi hígado; a pesar de lo despojado que me sentía sabía que si conservaba el corazón y el cerebro, podría sobrevivir. De pronto una idea vino a mí como un relámpago que me hacía comprender la clave para salir de todo este mal sueño. Corrí, sangrante hacia el cuadro, el gato me mostraba las garras, yo sabía que la única salvación era despertar al hombre del cuadro. Estiré un brazo para sacudirlo y el animal se lanzó sobre mí, los pajarracos habían regresado al cuadro, luché sin desfallecer; el gato me arrancó una mano, mientras halaba mi brazo, me volteé y sacudí con todas las fuerzas que me quedaban al hombre que dormía, éste se levantó sobresaltado y le pude ver la cara: ¡era yo mismo! me miré como en un espejo, me guiñó un ojo y volvió al cuadro.
Alguien se acercó y me dijo:
Señor le provoca un cocktel?
Nana Rodríguez