La cometa
infinita
Todavía siento vértigo cuando recuerdo el día en que fuimos
a elevar cometas en la colina, a unas cuadras de mi casa .
Ese día íbamos Alberto, Rosa, Margarita y John, cada uno
con una cometa diferente, cada uno presumiendo de tener la más bonita, la más
novedosa, la más aerodinámica.
Nos dispusimos en sitios estratégicos en donde la dirección
del viento nos prometiera un mejor manejo de nuestro animales del aire.
En veinte minutos ya teníamos nuestra ave de papel izada
muy cerca de las nubes. Sus colas se movían agitadas, estábamos felices. Mi
cometa que era un tigre con alas de mariposa, pedía y pedía cuerda, pero ya se
la había dado toda; de pronto tiró tan fuerte de mí, me dio un jalonazo tan
grande, que me elevó por sobre mis amigos, ellos gritaban y chiflaban
sorprendidos, me decían que no me fuera a soltar por nada. Agarré la caña con fuerza y cerré los
ojos. Cuando sentí que el viento se
ponía más suave, abrí los ojos y vi desde arriba cómo pasábamos por encima de
mi ciudad, como si viajara en avión o en
globo; al frente teníamos un gran ejército de nubes, mi cometa me
arrastró hasta allá y ya no vi más ciudad, la niebla se fue disipando poco a
poco, la cola de mi tigre mariposa ondulaba en ese nuevo espacio, para mí
desconocido, flotábamos sobre una especie de desierto rojo, lleno de vapores
que subían y rayos que partían esa atmósfera, recordé las películas de ciencia
ficción que tantas veces he visto por la televisión, llegué a pensar que se
trataba del planeta Venus. Entonces, para no sentirme tan solo decidí hablarle
a mi animal del aire y le pregunté hacia dónde nos dirigíamos, me respondió con
una voz gruesa de tigre, que era solamente un paseo por la vía láctea que él
quería regalarme en recompensa por haberlo elegido entre tantas cometas que
había en el parque.
Al escuchar al tigre alado, me tranquilicé y aflojé un poco
la cañita del cordel que ya me había sacado ampollas por la presión que le
hacía. Luego pasamos por sobre una naranja llena de hoyitos y
burbujas que salían de allí y se elevaban en el espacio, yo los podía coger con
mi mano y se desaparecían . Después pasamos por un bosque de
árboles de todos los colores, pero eran árboles de cristal que se convertían de
un momento a otro en fuentes de agua, era bellísimo ver toda esa agua erguida,
brillante, de todos los colores imaginables, cuando se detenían en su raíz, un
vuelo de pájaros se alzaba y llenaba el aire de cantos y aleteos y de nuevo los
árboles y así hasta el infinito. Yo no me quería ir de allí pero la cuerda de
la cometa me halaba contra mi voluntad; la cuerda se había hecho infinita pues
ya no veía al tigre mariposa, esto me llenó de temor y empecé a enrollar la
cuerda y a enrollarla y a enrollarla hasta que se fue formando una gran bola de
cordel y nada que aparecía el tigre, seguí enrollando hasta que la bola era
casi de mi tamaño, cuando ya no pude más caí sobre la colina dorada todo
enredado por la cuerda, pero mi animal de papel, ese tigre loco, se había quedado
por allá arriba y mis amigos ya no estaban.
Me devolví triste para la casa y pedí a mi mamá me comprara
otra cometa igualita a la del tigre mariposa, ¡pero qué va! , ya no había una
sola como esa, decidí llevarme un dragón abeja, pero al izarlo, lo podía ver
perfectamente y no me pedía cuerda, ondeaba muy bonito en el azul del cielo
pero no era tan arriesgado y aventurero como mi tigre de papel. Todavía guardo la bola de cordel en el
armario de mi habitación, pueda ser que algún día de agosto, entre las cuerdas
de alguna cometa, vuelva enredado mi tigre mariposa.
Colibrí Ediciones, 2017.
En eso consiste volar cometas; en dejar que nuestra cabeza vuele junto a ella.
ResponderEliminarSaludo desde Guadalajara de Buga.
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