jueves, 12 de febrero de 2009

La casa ciega, por Raúl Brasca





La casa ciega y otras ficciones

Raúl Brasca

El auge de la narrativa breve tiene ya dos efectos notorios: por un lado, la consolidación del microcuento como una forma narrativa con estatus genérico; por otro, la ampliación constante del territorio que ocupa dentro de la literatura. Esto último ha sido posible gracias a unos pocos libros innovadores.

Es el caso de La casa ciega, de Nana Rodríguez Romero, libro hecho de fulguraciones que son narrativamente autosuficientes y que en conjunto configuran un universo creativo profundamente singular. El mundo contenido en La casa ciega es sombrío y transparente. Sombrío porque es lo que resulta de eliminar las atenuantes, las hipótesis consoladoras, los rescoldos que el corazón humano inventó para hacerlo habitable. Todo allí parece iluminado con una luz tenue y, sobre todo fría. El amor es imposibildad o búsqueda desesperada de la unidad perdida (Andróginos), la amistad, una tabla de salvación en medio de la agonía general(El durmiente); la ternura, una emanación de la soledad ( El hombre de los murciélagos). Y es un mundo transparente porque se han borrado las leyes que lo organizaban y sostenían su inteligibilidad: la frontera entre lo soñado y lo “real” se ha vuelto permeable, la transustancialidad es moneda corriente y el tiempo ha perdido el poder ordenador de la sucesividad.


Así, el protagonista de Evidencias, al despertar cada mañana, encuentra la evidencia material del sueño que lo ocupó la noche anterior, y la de Mientras la luna crecía halla cada día de la semana, el segundo piso de su casa ocupado por una generación diferente de sus antepasados. Estos hechos extraordinarios no son, como nos ha acostumbrado la literatura fantástica, irrupciones sorprendentes en el manso transcurrir de lo habitual; son algunas de las muchas posibilidades de la realidad. En esa dura intemperie, se mueven los personajes cuyas características más notables son el desamparo y la soledad. Para ellos no existe tregua ni resguardo, son seres expuestos, escarnecidos, sin el consuelo del dolor, porque están atravesados por la ausencia. Una indolora y a veces atesorada soledad física y afectiva que forma parte de su condición existencial. El personaje de Presencias atenúa su soledad con la intuición de un fantasma; el de El durmiente, con la compañía de un moribundo; el de Alquimia, con la de escorpiones y arañas.

La suma de las características apuntadas determina el clima general de los cuentos y es la base que sustenta la intensa poesía que se respira la recorrer las páginas de La casa ciega. Así como hay ideas que sólo aceptan el formato del cuento o de la novela, las hay que nacen destinadas al microcuento. Las ideas de Nana Rodríguez parecen concebidas en el molde del relato breve. Son , en general, situaciones de una gran tensión interna, inestables, cargadas de inminencia y apremio por una resolución. Bitácora – la historia de alguien que desciende por pasadizos sobrecogedores – lo muestra con la mayor claridad. Contrariamente a lo que sucede en el microcuento clásico, aquí importa más la situación en sí que el modo en que se resuelve. Esta cualidad innovadora se debe a la calidad de la invención y, sobre todo, al lenguaje. Porque cuando hablamos del microcuento, pretendemos hablar de literatura , y no hay literatura si no hay un fuerte compromiso con el lenguaje. El manejo de la elipsis, el fino oído para la música de las palabras, la adjetivación precisa y una prosa que fluye con vigor, puestos al servicio de invenciones arraigadas en estratos profundos de lo humano, hacen de las pequeñas piezas narrativas de La casa ciega, composiciones de inusual belleza y trascendencia.

Reseña publicada en la Revista "Pensamiento y Acción", Nº 6-7 ,2000. UPTC.

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